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EL PLURIEMPLEO MEDICO (LAS GUARDIAS): "EL CASO SIMAP"

 

Diario Médico 23.10.2000

 
Dr. Miguel Pastor Borgoñón
Sindicato de Médicos de Asistencia Pública (SIMAP)
 
En la economía española de los años 50 y 60, el pluriempleo era una situación que se repetía con frecuencia, que pertenece ya a nuestro bagaje histórico, aunque los jóvenes no lo han vivido directamente y sólo lo conocen por lo que aparece en la literatura o el cine, o por lo que cuentan los más mayores. 

 

El pluriempleado era un padre de familia, habitualmente con un cierto grado de preparación profesional, que simultaneaba dos, o a veces más, trabajos, que incluso llegaba a completar con alguna pequeña labor que realizaba en casa. Y todo ello para llegar a fin de mes y poder ofrecer a su familia una parte de las cosas que entonces empezaban a aparecer como los beneficios del progreso. Las visiones, muchas veces tragicómicas, se han sucedido hasta transmitir la idea de rechazo a esta figura.

 

La situación ha cambiado, no sólo por la mejora económica (otro hecho repetido en aquella época, la emigración a otros países europeos, no sólo ha desaparecido, sino que ahora somos receptores de inmigración), y actualmente las leyes de protección laboral y los avances en política social han hecho que se considere casi ilegal. Desde luego, en un momento en que la necesidad de reparto del trabajo lleva a procurar una reducción de la jornada laboral a 35 horas, se consideraría cuanto menos insolidaria.

 

 

Los motivos por los que el pluriempleo se considera rechazable son múltiples. Su origen era una situación de sueldos bajos en la que no bastaba con un trabajo para alcanzar el nivel económico que se esperaba. El resultado era una pérdida del derecho al descanso suficiente, y de ello se resentía tanto la calidad del trabajo realizado como la salud del trabajador. Hoy se considera que la protección social exige que esa situación no se dé más.

 

 

Desgraciadamente, aún quedan algunas situaciones en que persiste, con los consiguientes perjuicios para el trabajador, y, en los escasos casos en que sucede en servicios básicos al público, para el ciudadano. Y debemos considerar las guardias médicas como una situación en la que, de forma más o menos encubierta, hay pluriempleo.

 

 

Las guardias constituyen para muchos médicos una forma de completar un sueldo que no se corresponde en absoluto al que reciben otros profesionales de análoga formación y responsabilidad. Se realizan a costa del tiempo libre del trabajador y en una jornada laboral que excede en mucho lo razonable y lo normal en nuestro medio. Producen un grave perjuicio al usuario que ve disminuida la calidad de su asistencia sanitaria. Supone, además, una concentración en una sola persona de más trabajo del adecuado, lo cual en definitiva es una forma de hacer que otras personas no tengan trabajo. La situación se ve agravada en este caso, porque en ocasiones se añade una última perversión, cual es que además son obligatorias y es una situación negativa que el facultativo se ve obligado de forma ineludible a soportar.

 

 

Uno se pregunta cómo es posible que si jamás se permitiría al piloto de un avión pilotar durante 24 horas seguidas, se permite a un médico atender enfermos o a un cirujano realizar delicadas operaciones quirúrgicas después de ese tiempo sin descansar.

 

 

Los médicos tienen tan asumida la situación que muchas veces la ven normal y cualquier planteamiento que la cuestione es considerado un ataque ¡a sus derechos! La guardia no es una forma de completar ni el sueldo ni la asistencia al ciudadano. Es una forma de esclavitud encubierta que sólo beneficia al empleador. Y añadiendo la guinda al plato, actualmente reciben el nombre técnico de Atención Continuada, pervirtiendo el concepto de atención continuada al ciudadano, que se transforma en atención continuada del médico.

 

 

Un gran cambio en este tema es la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de Luxemburgo en el "Caso SIMAP" (con este nombre debe llamarse, pues técnicamente así se le llama en la jurisprudencia del Tribunal en reconocimiento de la parte actora, el Sindicato de Médicos de Asistencia Pública). Este fallo judicial debe suponer el golpe definitivo a este sistema y supone una gran noticia tanto para los profesionales como para los usuarios de la Sanidad Pública. En ella se reconoce el tiempo de guardia como tiempo de trabajo ordinario y supone el fin de la injusticia histórica de acusar a los médicos de no trabajar y considerar dicho tiempo como una simple jornada “especial”. Nadie puede poner en duda los beneficios de reparto del trabajo y creación de empleo o los de mejora de la calidad asistencial que supondrá su puesta en práctica.

 

 

En cuanto a los médicos, va a haber sin duda dos situaciones. Algunos van a recibir con alegría la posibilidad de no seguir pluriempleados, pues para ellos hacer guardias era una obligación impuesta por el sistema. Pero por desgracia hay otros en los que el pluriempleo, siendo obligado, es ya algo asumido y utilizado para completar la nómina. En esta situación hay que hacer dos consideraciones:

 

 

- el origen de este pluriempleo “aceptado” es que la nómina de los médicos que trabajan en la Sanidad Pública no guarda relación en absoluto con lo que corresponde a su formación y responsabilidad, y de hecho guarda una abismal diferencia con la de otros profesionales análogos, incluso dentro de la propia administración pública, y no digamos en países de nuestro entorno (con el cual se nos llena la boca al compararnos),

 

 

- desaparecida la obligación, el médico va a poder seguir haciendo las guardias que la normativa permite, pero de forma voluntaria y con una remuneración digna como horas extraordinarias.

 

 

Quizás así, ahora que ya no se puede dar una falsa idea de nuestros ingresos, conseguidos tras una jornada laboral inhumana e ilegal, dando cifras que incluyen guardias, se verá que es inevitable abordar la equiparación de nuestros sueldos con los de otros colectivos análogos de nuestro entorno.

 

 

Estas horas extraordinarias pueden ser hoy por hoy, en algunos casos, necesarias, pues, aunque existe cuantitativamente paro médico, éste puede no estar suficientemente especializado para dar respuesta a la nueva situación creada. Su tendencia debe de ser a desaparecer, tras una correcta planificación de los organismos responsables de la formación médica especializada vía MIR.

 

 

Y no cabe el argumento de que no hay disponibilidad económica para esto. El coste de los médicos asistenciales no es el mayor de la sanidad y es en otros capítulos, como el gasto farmacéutico (agravado por el escaso tiempo disponible en el trabajo de los médicos) o la burocracia, donde se debe ahorrar. Y en todo caso, en un momento de bonanza económica como el actual, quizás haya llegado el momento de aceptar la realidad de que somos el país de la Unión con menor inversión en sanidad (4’4 % del PIB) e iniciar una ya imprescindible replanificación y expansión en ese sector. Lo que no se puede seguir diciendo es que tenemos una sanidad homologable con otros países, cuando sólo en el gasto en medicamentos estamos a nivel europeo. En realidad, una vez más simplemente aparece la necesidad de una buena gestión, y ésta, como tal, debe incluír una mínima satisfacción de sus profesionales. Nadie puede considerar hoy en día que los campos de algodón del sur de los Estados Unidos estaban bien gestionados antes de la Guerra de Secesión.

 

Valencia, 5 de octubre de 2000

 


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